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Alemania está intentando superar un feroz debate nacional en su intento por ser anfitrión del mayor torneo de fútbol de Europa, conforme aumentan las tensiones por la apertura del país a los inmigrantes y la decisión de uno de sus principales jugadores de abandonar el equipo nacional en medio de acusaciones de racismo.
La UEFA, el órgano rector del fútbol europeo, decidirá a finales de mes si Alemania o Turquía será la sede del campeonato Eurocopa 2024, una contienda que muchos piensan que ha adquirido un significado político más amplio.
Friedrich Curtius, secretario general de la Asociación Alemana de Fútbol (DFB), dijo que la elección se haría basándose en motivos deportivos, pero “hay que ver si habrá repercusiones políticas”.
Ha habido enfrentamientos entre Berlín y Ankara en los últimos años, especialmente sobre el creciente autoritarismo del presidente turco Recep Tayyip Erdogan y su búsqueda de una agenda nacionalista. Mientras tanto, la comunidad turca en Alemania, la cual cuenta con 2.7 millones de habitantes, se ha convertido en blanco de los políticos alemanes de derecha quienes protestan contra la inmigración.
Este año, esas tensiones se han extendido a las canchas de fútbol, después de que los jugadores del equipo nacional alemán Mesut Özil e Ilkay Gundogan, hijos de inmigrantes turcos, se tomaron fotografías con el Sr. Erdogan.
En medio del furor que se produjo posteriormente —y después de la sorprendente salida de Alemania en la primera ronda de la Copa Mundial de este año —el Sr. Özil abandonó el equipo nacional alegando “racismo y falta de respeto” sobre sus raíces turcas por parte de miembros de la DFB.
La Federación Turca de Fútbol apoyó rápidamente al Sr. Özil. “Condenamos el tratamiento, las amenazas y los mensajes derogatorios que ha recibido debido a su herencia y ascendencia”, dijo en un comunicado.
No está aún claro si los recientes sucesos podrían empañar la propuesta de Alemania.
“Habría sido mejor si hubiéramos jugado mejor en la Copa Mundial y no tuviéramos todo este problema de Özil, eso está claro”, dijo el Sr. Curtius. Sin embargo, dijo, otros factores, como una mayor experiencia en la organización de grandes eventos y el excelente historial de derechos humanos de Alemania, reforzarían la puja de su país.
“Hablando de nuestras fortalezas, creo que realmente tenemos una base y un historial muy buenos para convencer a la UEFA de que, si se quiere cumplir con los derechos humanos y con la sostenibilidad, la DFB producirá un resultado económico positivo”, dijo.
El torneo de 2016 en Francia recaudó €1.93 mil millones en ingresos para la UEFA, y casi todo ese dinero se gastó en la organización del evento y se les distribuyó a los países miembros y sus clubes de fútbol.
El ministerio de deportes francés dijo que los costos de organización, como la renovación de los estadios y las medidas de seguridad, costaron alrededor de €200 millones, pero se le devolvieron €1.22 mil millones al país por el turismo y otros gastos relacionados con el torneo.
Tanto Alemania como Turquía han ocultado hasta el momento los detalles financieros de sus pujas, pero se espera que definan estos planes cuando se acerque más la votación de la UEFA el 27 de septiembre.
La DFB dijo que planeaba usar los estadios de clase mundial y la infraestructura de transporte existentes en el país, los cuales han estado en activo desde que fue sede de la Copa Mundial de fútbol de 2006.
“Podríamos comenzar a organizar —o incluso a jugar— el torneo en un período de tiempo muy corto”, dijo el Sr. Curtius. “Creo que es una situación diferente si comparas Alemania y Turquía en cuanto a infraestructura y estadios”.
Se espera que Turquía, que ha fracasado tres veces en su intento por obtener los derechos de organización del torneo, renueve sus instalaciones existentes. Pero cualquier gran desembolso que se podría requerir en el futuro inmediato vendría en medio de la actual crisis económica y monetaria que padece el país.
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