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SANTO DOMINGO. Con una edad de apenas nueve años, el futuro del niño Miguel Antonio Clemente (Yokeny) no está muy claro... su visión se cubre de una sombra por un glaucoma congénito, que se agravó al infectarse de una bacteria en la casita de hojalata donde vive junto a su madre, su padrastro y dos hermanitos menores a menos de cinco metros del río Ozama, en Los Guandules.
Ya su ojo derecho desapareció al explotársele por una subida de la presión y el que le queda, para poder ver algo, es con una válvula. Ha sido sometido a varias cirugías y cuando se creía que la situación estaba controlada se cayó en un charco cerca de la casita donde vive y adquirió una bacteria que le fue destruyendo la visión.
Su madre, Keyla Encarnación, no se ha descuidado y lucha constantemente con su niño, pero las condiciones económicas no le ayudan. Cuenta que el ojo que se le explotó hace dos años era el de mejor visión, pero que la bacteria aceleró su destrucción y de acuerdo con el diagnóstico médico no hay mucha esperanza de que Yokeny siga viendo.
Lo poco que ve es por una válvula que le colocaron en el hospital “de los americanos”, en Los Alcarrizos y un tratamiento con unas gotas que junto a otros medicamentos cuestan RD$5,000 cada ocho días y dice que a veces consigue para comprarle solo el que le baja la presión.
“Mira, ya se le acabó ayer le exprimí el último chín, lo que quedaba en el potecito y la crema que cuesta dos mil y pico no se la puedo comprar... a veces es se ha quedado ciego de repente y comienza a llorar y a vocear y no puede caminar y lo llevo a la emergencia le echan una gota y vuelve a ver”.
“Yo tengo que llevarlo cada 15 días y me dijeron algo muy triste, que en cualquier momento queda definitivamente ciego, pero si tenemos el medicamento puede durar un poquito más viendo”, cuenta. Dice que el periodista Geraldino González le ayudaba con los medicamentos.
El niño no solo tiene problemas de visión, es diabético y falcémico. Dice que algunas ocasiones ha tenido que salir corriendo con el niño porque ha quedado ciego y se desespera en la oscuridad.
Yokeny tiene la mirada perdida y su inocencia, su cuerpecito famélico contrasta con la casita en donde vive, que en estos días de lluvia el río la invade después de las 4:00 de la tarde, arrastrando agua en estado lixiviado que se escurre por la basura hasta el cuarteado piso de la casita donde vive.
“A veces me siento que la cabeza me duele y a veces me quedo ciego y el ojo se me cierra. Mi mamá me acuesta y ella escurre el potecito que me ayuda un chin”, cuenta en el mundo de su inocencia.
El agua sigue entrando como echándolos del lugar en donde viven hace cuatro años sin las más mínimas condiciones para la vida humana. Sus padres están desesperados porque hasta ellos no se ha acercado nadie para indicarles si serían reubicados en otro lugar y de esa manera aliviar un poco el drama de Yokeny.
No solo el futuro de Yokely es incierto, también el de sus dos hermanitos y sus padres porque viven alquilados y alegadamente nadie ha ido a hablar con ellos para ver si serían sacados del lugar para tener un alivio en su drama familiar.
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